Con los huertos escolares, a través de la siembra y el cultivo, los estudiantes no solo se acercan a la naturaleza, sino que también desarrollan habilidades prácticas y valores fundamentales que trascienden los contenidos tradicionales.
Desde el enfoque de las ciencias, los huertos escolares permiten a los niños observar ciclos de vida, procesos de fotosíntesis, polinización y biodiversidad en tiempo real. Esta experiencia directa fortalece la comprensión de conceptos científicos y despierta la curiosidad por el entorno natural, promoviendo una educación más significativa y participativa.
La nutrición también se convierte en una lección tangible. Al cultivar hortalizas y frutas, los estudiantes valoran más los alimentos frescos, comprenden su origen y adoptan hábitos más saludables. Además, se generan espacios para reflexionar sobre el consumo responsable, la soberanía alimentaria y la prevención de enfermedades relacionadas con la alimentación.
Luis Angel González Fonseca, Licenciado en Ciencias Naturales y Educación Ambiental; especialista en necesidades de aprendizaje en lectura, considera que: “en la institución educativa Luis Fernando Caicedo usamos las huertas escolares como una herramienta pedagógica fundamental que conecta a los estudiantes con la naturaleza de forma directa y tangible. Su importancia radica en que convierten conceptos abstractos de las ciencias naturales en experiencias prácticas.
A través de la siembra, el cuidado y la cosecha, los estudiantes comprenden de manera vivencial el ciclo de vida de las plantas, el proceso de la fotosíntesis, la importancia del suelo y los ecosistemas, y las interacciones entre los seres vivos. Funcionan como un laboratorio al aire libre, fomentando la investigación, la observación y la resolución de problemas de manera colaborativa, lo que enriquece el aprendizaje más allá del aula.”
Otro de los grandes aportes de los huertos escolares es el desarrollo de habilidades socioemocionales. La organización del trabajo en equipo, la responsabilidad compartida, la paciencia y la empatía se fortalecen en cada etapa del proceso: desde preparar la tierra hasta cosechar. Es una herramienta que educa también en convivencia.
Docentes y familias encuentran en los huertos un espacio de conexión intergeneracional. Padres, madres y cuidadores pueden participar activamente en las actividades, fortaleciendo la comunidad educativa y creando lazos de cooperación entre el hogar y la escuela.
Además, los huertos escolares pueden adaptarse a diferentes contextos, incluso en espacios urbanos o reducidos, lo que demuestra que con creatividad y compromiso es posible llevar la educación ambiental y alimentaria a cualquier rincón. Existen experiencias exitosas en diversas regiones del país que inspiran a replicar este modelo.
En definitiva, un huerto escolar es mucho más que un espacio verde; es un aula abierta, un laboratorio viviente y una herramienta poderosa para educar con sentido.
¡Apostar por un huerto escolar es sembrar conocimiento, salud, cooperación y respeto por la vida desde las raíces!
2 respuestas
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